Supongo que un sexto sentido fue lo que hizo que abriese un ojo cuando se rozaba anoche la una y media de la mañana en Madrid. Había dejado el partido encarrilado con el 6-2 del primer set para Nadal, y un despiste y cabezada mía sobre la almohada habían llevado las tablas al marcador de la Arthur Ashe. 6-2, 3-6 y 4-4, momento de máxima tensión que, aún me preguntó cómo, me hizo despertar y engancharme por completo a lo que quedaba de final.
No disponía de los mejores medios a mi alcance (una web que pirateaba la señal de la ESPN en el móvil (lamentable Digital+ y su renuncia a los derechos de US Open y Australian Open), mal apoyado en la cama y sin sonido), pero era tal la tensión que se vivía en ese momento del partido, que hasta veía bien en la pantalla los movimientos frenéticos de la bola en los intercambios entre el serbio y el balear y sentía el estallido de la central en cada punto. Yo me sentía como si estuviera en el palco, junto a Toni, Arancha, Xisca, Rafa, Carles, Sebastián, uno más totalmente convencido de que salvar ese juego con 0-40 abajo era determinante para el resto del partido. Y es que en ese momento amenazaba fuerte tormenta sobre Nadal en Nueva York, porque con 4-5 y saque para que Djokovic se pusiera 2-1 mandando, la final se habría transformado en una durísima cuesta arriba, pero una vez más, muy grande tiene que ser la tormenta para que se le resista al titánico Nadal. El balear levantó esas tres bolas de break sin perder los nervios, sacó toda su entereza y del temible 4-5 pasaba a un excitante 5-4, que le llevaría posteriormente en volandas a un break sorprendentemente fácil ante un Djokovic muy noqueado por la oportunidad que había dejado pasar.
Llegó así un cuarto set en el que Nadal cabalgaba absolutamente pletórico de moral directo hacia su segundo US Open, desplegando convicción, solvencia, fortaleza mental, y componiendo así una auténtica clase magistral sobre la Arthur Ashe, regalándonos un tremendo ejemplo a todos los niveles para aquellos que lo estábamos presenciando. Haberle visto caer hace un año, haberle visto tan tocado hace tan sólo unos meses y verle ahora brillar con tanta fuerza era verdaderamente un auténtico sueño. Lejos queda ese arranque en Viña del Mar este año (ansiosos por verle en su vuelta), las dudas en la final de Monte-Carlo, su paseo por Roland Garros o la desilusión de Wimbledon.
Pero no, no era un sueño, era un tremendo 6-1 sobre Novak Djokovic en la cuarta manga y un segundo US Open para su historia. Su decimotercer Grand Slam, que seguramente esté entre los que con más cariño recuerde cuando mire todos sus títulos el día de mañana en Manacor, porque en esta final Rafa nos demostró que era un rey caído que reclamaba su legítimo derecho al trono, derrotando para ello al actual número uno en su superficie favorita, pese a la reciente demostración de superioridad de Nadal en Montreal-Cincinnati-Nueva York. Con la victoria de anoche, Rafa Nadal también nos dejó un aviso muy claro de que el récord de Roger Federer llevará algún día su nombre. Los que parecían casi imposibles 17 Grand Slams del suizo, están ya cada vez más cerca (en el palmarés histórico ya únicamente tiene por delante al suizo con 17 y a Pete Sampras con 14).
Y así fue, con este sueño, con este desvelo, con esta bendita alegría, como servidor se despedía del día tras revisar los comentarios de otros noctámbulos, expertos todos ellos, y que a buen seguro habrían disfrutado la final, como son los señores Trecet, Calleja, Zubiarrain, Carretero o Mielgo.
God save the King Nadal! Forever!
Luxuria 'Redneck'
Hace 8 meses