"If you can meet with Triumph and Disaster,

and treat those two impostors just the same"

Rudyard Kipling.-

martes, 18 de noviembre de 2008

El espíritu de Camporese

He estado esta tarde jugando con un amigo al frontón (lo estoy retomando tras dos años de parón) y al acabar me ha dicho que hacía ya bastantes días que no escribía en el blog y que se me estaba echando el tiempo encima porque la Davis estaba ya a la vuelta de la esquina. Tras defenderme y decirle que la semana pasada escribí sobre Marcel Granollers y que tenía pensado ponerme manos a la obra, me ha venido a la cabeza aquel primer partido de Copa Davis del que tengo conciencia...

Corría la primavera del año 1997 y por aquel entonces yo sesteaba en un año ya encarrilado con medio COU en el bolsillo y una selectividad en la que me valía cumplir el expediente porque la nota de acceso a Caminos estaba como el IBEX estos días, cayendo en picado. Así que, sumido en ese sesteo generalizado, pasaba mis ratos libres (que eran muchos) jugando al fútbol en el Santa Catalina (cuántos recuerdos y qué época tan dorada pese al entrenador Carrapone); aburriéndome/divirtiéndome con aquel Madrid de Capello, Mijatovic (qué lástima que enturbie su buen recuerdo como jugador con un presente lamentable como director deportivo) y el genuino Davor Suker; y continuando este idilio con el deporte de la raqueta, que ya habían iniciado años atrás Sergi Bruguera, Arantxa Sánchez-Vicario o Conchita Martínez.

Por aquel entonces, tras los buenos años de Sergi Bruguera, del que habíamos disfrutado sus Roland Garros de 1993 y 1994, comenzaba a despuntar el gran Charly Moyá, que entraba en escena aquel 1997 derribando todas las puertas que se le ponían en el camino y presentándose a primeros de año contra todo pronóstico en la final del Open de Australia ante el genuino Pete Sampras. No es mi intención recordar aquel Grand Slam del mallorquín, pero sí que me resulta impresionante ver su trayectoria en aquel torneo: eliminó a Boris Becker en cinco sets en primera ronda, a Michael Chang (nº2) en semifinales y disputó la final ante el legendario Pete Sampras. Ahí es nada.



Así que tal ajetreo obligaba al balear a recoger el testigo de Bruguera y a convertirse en el centro de atención del tenis español. Un tenis español que soñaba con su primera Davis, y que se encontraba en cuartos de final tras una primera eliminatoria victoriosa ante Alemania. Cuartos de final en Pesaro ante una Italia que no tenía ningún jugador de renombre. Se empezaba a soñar ya con unas semifinales, que acercaban más que nunca a la Ensaladera. Carlos Moyá (nº8 de la ATP) y Albert Costa (nº12 de la ATP), frente a Omar Camporese (nº159) y Renzo Furlan (nº64). Sí, era en Italia, pero la diferencia era abismal y más jugando ante dos italianos casi desconocidos. El 8º y el 12º frente al 64º y 159º. Imposible perder.



Aún recuerdo como si fuera ayer aquel partido que abría la eliminatoria comentado por Andrés Gimeno y Raúl Santidrían en TVE (¡Qué buenos recuerdos me traen esta estupenda pareja locutor-comentarista!)



Pues bien, Moyá abría la eliminatoria y vencía los dos primeros sets de su partido en el tie-break y cuando se veía ya con el 1-0 en el bolsillo, el partido se le complicaba poco a poco. Omar Camporese que había cedido las dos primeras mangas en el tie-break se negaba a entregar la toalla y luchaba hasta acabar llevándose un partido que parecía imposible: 7-6, 7-6, 1-6, 3-6 y 3-6. El nº8 del mundo, el flamante y prometedor Carles Moyá caía en la moqueta italiana de Pesaro y en la trampa de un Camporese que se venía arriba espoleado por la grada azzurra. Que el nº159 venciese al nº8 parecía una utopía, pero precisamente en la utopía era donde mejor se movía este boloñés nacido curiosamente en mayo del 68.



Así pues la eliminatoria se ponía 1-0 y llegaba el turno de Albert Costa, que se medía ante Renzo Furlan. Lo que a priori parecía un partido para intentar dejar resueltos los cuartos de final se convertía en un encuentro vital... para intentar empatar. Pese a que el catalán comenzaba bien, era incapaz de detener la hemorragia abierta por los italianos: 6-4, 3-6, 6-4, 4-6 y 1-6. El daño estaba hecho y con 2-0, los italianos no dejarían escapar la ocasión el sábado de meterse en semifinales, otra vez Camporese, levantando una vez más un primer set en contra ante la pareja española de dobles y anotando el punto definitivo en la eliminatoria.

Así que, con ese debut mío en la Davis que os he contado ahora, siempre quedará justificada mi vena optimista cuando vengan mal dadas como en la final que tenemos este fin de semana.



Todo apunta a una derrota, los argentinos juegan en casa, están ante una ocasión única, tienen dos jugadorazos como Nalbandian y Del Potro, Nadal está lesionado y un termómetro como es el de Ladbrokes dice que se paga a 1.20 la victoria argentina y a 4.33 la española, así que sólo nos queda agarrarnos con fuerza al espíritu de Camporese y confiar en que Verdasco y Feliciano den un paso adelante en sus carreras demostrando todo el potencial que tienen dentro... siempre que el capitán, Emilio Sánchez-Vicario, se atreva a dar el primer paso valiente al frente alineándolos en los dos individuales del viernes. ¿O le pesará más la jerarquía que Ferrer pueda tener dentro del grupo?

Me despido diciendo que Djokovic se proclamó Maestro en la Masters Cup de Shanghai. El serbio cierra brillantemente el año con este torneo, algo devaluado por las lesiones de Federer, Roddick y Nadal, que han restado protagonismo a una competición que debería jugarse con menos partidos en las piernas de los ocho mejores del año, y que llegan con la lengua fuera para cumplir con la ATP y con el compromiso chino. En cualquier caso, es justo reconocer que el serbio ha vuelto a demostrar, una vez más, su inmensa calidad sobre pista rápida.

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